Petróleo bajo custodia: la incautación en el Caribe y la nueva fase de presión sobre Venezuela
Por PhD Mario Fernando Zamora Santacruz
El petróleo venezolano en el centro de la disputa geopolítica: incautaciones, presión militar y señales al mercado energético
La incautación de un buque petrolero vinculado al Gobierno de Venezuela en aguas del mar Caribe marca un nuevo punto de inflexión en la ya prolongada confrontación entre Washington y Caracas. El operativo, ejecutado por fuerzas estadounidenses en el marco de la operación “Lanza del Sur”, ha sido denunciado por el régimen venezolano como un “robo descarado”, mientras que Estados Unidos lo presenta como una acción legítima contra redes de transporte ilícito de crudo.
Sin embargo, más allá de las versiones oficiales, el episodio abre un debate de mayor alcance que involucra no solo aspectos legales y de seguridad, sino también intereses estratégicos relacionados con el control de recursos energéticos, la estabilidad regional y el equilibrio del mercado petrolero internacional.
Desde el inicio del reforzamiento del despliegue militar estadounidense en el Caribe, el Gobierno de Nicolás Maduro ha sostenido que el verdadero objetivo de estas operaciones no se limita al combate del narcotráfico, sino que responde a una estrategia más amplia orientada a presionar económicamente a Venezuela y a debilitar su capacidad de comercializar petróleo, su principal fuente de ingresos. La reciente incautación parece, al menos, reforzar esta narrativa.
De acuerdo con autoridades estadounidenses, el buque interceptado operaba bajo una bandera falsa de Guyana y estaría involucrado en el transporte irregular de crudo venezolano, en presunta violación de sanciones internacionales. Para Washington, este tipo de operaciones busca cortar los flujos financieros que, según su versión, alimentan redes criminales y estructuras estatales corruptas. Para Caracas, en cambio, se trata de un acto de piratería internacional que sienta un precedente peligroso para la soberanía y el comercio energético.
Las declaraciones del presidente estadounidense, Donald Trump, lejos de despejar dudas, han contribuido a profundizar la incertidumbre. Consultado sobre el destino del petróleo venezolano incautado y sobre los objetivos estratégicos de su administración, el mandatario optó por la ambigüedad. “No sería muy inteligente de mi parte decírtelo. Se supone que debemos mantener esto un poco en secreto”, afirmó. En el contexto de un mercado energético altamente sensible a señales políticas, este tipo de declaraciones no pasan desapercibidas.
La operación “Lanza del Sur” se enmarca en un despliegue militar sostenido del Pentágono en aguas del Caribe, oficialmente diseñado para combatir el narcotráfico. Estados Unidos sostiene que estas rutas marítimas son utilizadas por organizaciones criminales con presuntos vínculos con sectores del Gobierno y las Fuerzas Armadas venezolanas. Bajo este argumento, Washington ha intensificado las interdicciones navales, la destrucción de embarcaciones rápidas y la vigilancia de corredores estratégicos.
No obstante, el componente energético resulta ineludible. Venezuela alberga una de las mayores reservas probadas de petróleo del mundo y, pese a años de sanciones, sigue siendo un actor relevante en la geopolítica del crudo. Cada barril que logra salir del país representa ingresos vitales para un Estado asfixiado financieramente, pero también un desafío directo al régimen de sanciones impuesto por Estados Unidos.
La incautación de cargamentos petroleros y la creciente militarización de rutas marítimas envían un mensaje claro a los mercados: el riesgo geopolítico asociado al crudo venezolano sigue aumentando. Para traders, aseguradoras y operadores logísticos, este escenario implica mayores costos, primas de riesgo más elevadas y una revisión constante de las rutas de transporte en la región del Caribe.
En paralelo, las recientes declaraciones de Trump sobre la posibilidad de iniciar ataques terrestres —aunque aclarando que no estarían dirigidos contra el Estado venezolano— refuerzan la percepción de una escalada gradual, cuidadosamente calibrada, pero con potencial de desbordamiento. El mandatario ha insistido en que Estados Unidos enfrenta una “guerra” contra el narcotráfico, señalando cifras de mortalidad que, según su discurso, justifican una respuesta militar más agresiva.
Desde una perspectiva energética, el riesgo radica en que este tipo de operaciones, aun cuando se presenten como acciones de seguridad, terminen impactando la oferta regional de crudo y generando distorsiones en los flujos comerciales. En un contexto global marcado por tensiones en Medio Oriente, ajustes en la política monetaria y una demanda aún incierta, cualquier alteración adicional en la oferta tiene el potencial de influir en los precios internacionales.
Para la industria petrolera, este episodio subraya la necesidad de monitorear con atención la evolución del conflicto entre Estados Unidos y Venezuela, evaluar los riesgos asociados al transporte marítimo en el Caribe y anticipar posibles cambios regulatorios o sancionatorios. La ambigüedad estratégica de Washington, combinada con la retórica defensiva de Caracas, crea un entorno de alta volatilidad donde el petróleo vuelve a ocupar un lugar central como activo económico y herramienta de poder.
El futuro del crudo venezolano, una vez más, queda atrapado entre sanciones, operaciones militares y disputas geopolíticas. Lo ocurrido en el Caribe no es un hecho aislado, sino una señal de que la presión sobre los flujos energéticos venezolanos continuará siendo un componente clave de la estrategia estadounidense. Para los mercados, el mensaje es claro: el riesgo político sigue siendo uno de los principales factores a considerar en la ecuación energética global.
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Publicado por Massimo Di Santi
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