El riesgo silencioso: la falta de inversión petrolera amenaza la seguridad energética global
Por PhD Mario Fernando Zamora Santacruz
La advertencia lanzada por Amin Nasser, director ejecutivo de Saudi Aramco, resuena con fuerza en un momento de creciente incertidumbre para el sector energético mundial.
Según Nasser, el mundo está comenzando a sentir las consecuencias de una década marcada por una falta crónica de inversión en exploración petrolera, y si esta tendencia continúa, la humanidad podría enfrentarse a una escasez global de suministro energético. “Tuvimos una década donde la gente no exploró. Va a tener un impacto. Si no sucede, habrá una escasez de suministro”, afirmó el directivo al Financial Times, subrayando un mensaje que tanto Aramco como la OPEP han venido repitiendo durante años: el mundo no puede mantener su ritmo de crecimiento económico sin invertir de manera decidida en nueva producción de hidrocarburos.
La realidad energética actual revela una paradoja evidente. Mientras los gobiernos y las corporaciones impulsan con fuerza la transición hacia fuentes renovables, la demanda mundial de petróleo y gas sigue aumentando.
La transición energética, que muchos consideraron un proceso de sustitución acelerada, se ha transformado en una adición energética. En palabras de Nasser, no se trata de reemplazar un tipo de energía por otro, sino de sumar todas las fuentes disponibles para satisfacer una demanda cada vez más compleja y diversa.
En este contexto, reducir prematuramente la inversión en hidrocarburos podría desencadenar una tormenta perfecta: escasez de oferta, alzas sostenidas en los precios y nuevas tensiones geopolíticas.
El secretario general de la OPEP, Haitham Al Ghais, ha sido enfático al respecto. De acuerdo con los cálculos del organismo, el mundo necesitará 18,2 billones de dólares en inversión en petróleo y gas hasta el año 2050 para mantener el equilibrio entre oferta y demanda.
La organización prevé, además, que el consumo global de crudo continuará creciendo, alcanzando los 123 millones de barriles diarios hacia mediados de siglo, frente a los aproximadamente 104 millones actuales. Lejos de decrecer, la dependencia del petróleo seguirá siendo un componente estructural del sistema energético mundial, incluso en escenarios de alta penetración de energías limpias.
El problema, sin embargo, es que la narrativa global ha desplazado el foco de la inversión. Las políticas de cero emisiones netas han generado una presión reputacional y financiera sobre las compañías petroleras, limitando su capacidad de reinvertir utilidades en exploración. Muchas empresas, temiendo la posibilidad de “activos varados”, redujeron su gasto exploratorio y se volcaron hacia proyectos de energía renovable, almacenamiento o hidrógeno. Pero el resultado ha sido una subinversión estructural que amenaza la estabilidad del suministro global. Hoy, incluso los países más comprometidos con la transición reconocen que sin petróleo y gas, la transición energética simplemente no es viable.
En los últimos meses, esta percepción ha empezado a cambiar. La seguridad y la asequibilidad energética han vuelto a ocupar el centro del debate global, impulsadas por la volatilidad geopolítica, las guerras regionales y la presión inflacionaria.
Las principales petroleras internacionales están retomando su interés en proyectos de exploración, conscientes de que el mundo aún necesitará combustibles fósiles para garantizar un desarrollo económico estable y para sostener la infraestructura de energía limpia que está en expansión.
Para Colombia, esta discusión internacional tiene implicaciones profundas. El país enfrenta un escenario de incertidumbre en su política energética, con una reducción notable de contratos de exploración y un entorno regulatorio poco claro que ha ralentizado la llegada de capitales.
En la actualidad, la producción de crudo ronda los 760.000 barriles diarios, y las reservas probadas apenas alcanzan para siete u ocho años más, si no se descubren nuevos yacimientos. En este contexto, una caída prolongada en la inversión exploratoria no sólo pondría en riesgo la autosuficiencia energética, sino también la estabilidad fiscal, dado que el petróleo continúa siendo una de las principales fuentes de ingresos para el Estado.
Además, Colombia se encuentra en una coyuntura decisiva: debe avanzar hacia la diversificación energética sin abandonar los recursos que le otorgan estabilidad económica. La inversión en renovables es esencial, pero no puede sustituir de inmediato la base petrolera que financia buena parte del desarrollo nacional.
Si no se logra un equilibrio inteligente entre transición y exploración, el país podría depender cada vez más de las importaciones, perder competitividad y ver comprometido su rol en la seguridad energética regional.
La advertencia de Aramco y la OPEP, por tanto, no debe interpretarse como una defensa ciega de los combustibles fósiles, sino como un llamado a la planificación racional y estratégica. El mundo necesita avanzar hacia la descarbonización, pero hacerlo sin desmantelar la infraestructura que hoy sostiene la economía global. Ignorar esta realidad sería un error que podría costar caro, no sólo en términos económicos, sino también sociales.
En definitiva, la crisis que se vislumbra no es de energía, sino de inversión. Si el sector no actúa con rapidez, el déficit de exploración actual se transformará en un cuello de botella que impactará a consumidores, empresas y gobiernos.
La industria petrolera está en un punto de inflexión histórico: o se recupera la inversión en exploración y producción de manera responsable, o el mundo se enfrentará a un escenario de escasez y volatilidad que pondrá a prueba la solidez de todo el sistema energético.
La transición energética debe ser una evolución planificada, no un salto al vacío. La energía del futuro se construye hoy, y su estabilidad dependerá de las decisiones que se tomen en el presente.
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Publicado por Massimo Di Santi
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