La grandiosa expansión petrolera que complementa los objetivos climáticos
Por PhD Mario Fernando Zamora Santacruz
Mientras el mundo promueve con vehemencia la transición energética y la reducción de emisiones de carbono, una silenciosa pero firme expansión petrolera avanza desde las sombras. En contradicción directa con los compromisos climáticos internacionales, varios países —tanto productores tradicionales como nuevos actores emergentes— están aumentando su capacidad de producción de petróleo, impulsados por razones económicas, estratégicas y de seguridad energética.
El caso de los Emiratos Árabes Unidos es ejemplar. ADNOC, su compañía nacional de petróleo ya ha incrementado su capacidad a 4,85 millones de barriles diarios y planea llegar a 5 millones en 2027. Aunque oficialmente no es una meta, altos funcionarios han insinuado que podrían llegar incluso a 6 millones si el mercado lo exige.
Esta ampliación no es aislada: forma parte de una estrategia nacional que contempla inversiones conjuntas con Estados Unidos por más de 440.000 millones de dólares en el sector energético hasta 2035, sin excluir al petróleo. La subsidiaria ADNOC Gas, por su parte, acaba de adjudicar contratos por 5.000 millones de dólares para el desarrollo de gas rico, una inversión que refuerza la doble apuesta de los EAU: liderar en renovables, pero sin soltar su hegemonía fósil.
En Irak, el segundo mayor productor de la OPEP, la situación no es distinta. El país busca incrementar su capacidad a más de 6 millones de barriles por día para 2029, e incluso ha sugerido que podría alcanzar los 7 millones en un plazo de cinco años. Esta expansión ocurre pese a los desafíos económicos y la falta de diversificación de su economía, que sigue siendo fuertemente dependiente del crudo. Irak representa uno de los ejemplos más evidentes de la contradicción entre los objetivos climáticos y la urgencia fiscal de los países productores.
Arabia Saudita, el mayor exportador mundial de petróleo y líder indiscutido dentro de la OPEP, ha pausado sus planes para ampliar su capacidad máxima sostenible a 13 millones de barriles por día, manteniéndola en 12 millones. Sin embargo, este movimiento no debe interpretarse como una retirada.
El ministro de Energía saudí ha insistido en que todas las formas de energía, incluidos los combustibles fósiles, son necesarias para garantizar la seguridad energética global. En paralelo, la compañía Saudi Aramco ha reiterado que las promesas de una transición verde rápida han sido sobrevendidas, especialmente en regiones como Asia, donde la demanda continúa creciendo.
Lejos del Medio Oriente, en América del Sur, Brasil avanza con su propia expansión. Petrobras ha destinado más de 77.000 millones de dólares a exploración y producción hasta 2029. Las licitaciones recientes han incluido bloques en la capa presal y en áreas sensibles cerca de la Amazonía. Aunque el país ha recibido críticas internacionales por el riesgo ambiental, su estrategia sigue firme. Brasil no solo busca consolidarse como líder en producción, sino también atraer inversiones internacionales para mantener su ritmo de exploración, incluso si eso significa contradecir los escenarios de descarbonización sugeridos por la Agencia Internacional de Energía (AIE).
Guyana, una de las naciones más pequeñas de Sudamérica, se ha convertido en un gigante petrolero en apenas cinco años. Desde el inicio de su producción en 2019, el país ha superado los 660.000 barriles diarios y se espera que alcance los 1,3 millones para 2027 y hasta 1,7 millones en 2030.
La economía de Guyana ha crecido en tasas de dos dígitos desde entonces, con un salto del 43,6% solo en 2023, gracias a los proyectos liderados por ExxonMobil en el bloque Stabroek. Este auge ha transformado completamente la economía del país, pero también plantea dudas sobre su futura dependencia al crudo y su rol en el contexto climático global.
En África, Namibia empieza a emerger como un nuevo foco de interés. Aún sin producir petróleo, el país ha sido escenario de descubrimientos importantes por parte de compañías como Shell, TotalEnergies y Galp.
Las autoridades namibias esperan decisiones finales de inversión para 2026, y han comenzado a diseñar incentivos fiscales y regulatorios para asegurar que el desarrollo avance. La comparación con Guyana es inevitable, aunque Namibia enfrenta el reto adicional de no contar con infraestructura previa, lo que encarece considerablemente la producción.
Finalmente, incluso países considerados líderes en sostenibilidad, como Noruega, no están listos para abandonar el petróleo. A pesar de tener una red eléctrica 97% renovable y una flota automotriz casi totalmente eléctrica, Noruega proyecta mantener su producción petrolera y gasífera hasta al menos 2035.
Equinor, su petrolera estatal, invertirá más de 6.700 millones de dólares anuales para garantizar el suministro a Europa, particularmente tras la disminución del gas ruso. Esta aparente contradicción muestra que incluso las economías más verdes del mundo siguen viendo en el petróleo una garantía de seguridad económica y geopolítica.
La realidad es clara: mientras el mundo debate sobre límites de temperatura y reducción de emisiones, las decisiones económicas y energéticas avanzan en sentido opuesto. Las inversiones en upstream (exploración y producción) de petróleo y gas alcanzaron los 580.000 millones de dólares en 2023, el nivel más alto desde 2015. Todo esto, pese a las advertencias de la AIE, que sostiene que para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 °C no deberían aprobarse nuevos proyectos de hidrocarburos.
La expansión petrolera actual no es un accidente ni una excepción. Es una estrategia deliberada y sostenida por intereses económicos, presión geopolítica y una demanda energética que, lejos de disminuir, se mantiene alta.
La transición energética, por ahora, se ejecuta en un mundo que aún no está dispuesto a dejar atrás los combustibles fósiles. Países como los Emiratos, Brasil o Guyana no solo están apostando por el crudo; están construyendo su futuro sobre él.
Este crecimiento contrasta con los compromisos firmados en cumbres climáticas, y pone en entredicho la credibilidad de la acción global por el clima. Mientras tanto, los efectos del cambio climático —sequías, incendios, fenómenos extremos— se intensifican, haciendo cada vez más evidente la urgencia de una acción coherente, vinculante y efectiva.
La pregunta no es solo si el mundo está preparado para dejar el petróleo, sino si tiene la voluntad real de hacerlo. Porque mientras el discurso verde llena los escenarios internacionales, las plataformas petroleras se multiplican silenciosamente en alta mar.
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Publicado por Massimo Di Santi
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