Crisis y oportunidad: la reconfiguración petrolera de América Latina rumbo a 2030
Por PhD Mario Fernando Zamora Santacruz
América Latina, una región que durante décadas se definió por la influencia petrolera de Venezuela y México, está reescribiendo su historia energética. En un giro estructural que se ha consolidado en la última década, Brasil, Guyana y Argentina han tomado la delantera, emergiendo como los nuevos pilares del suministro global.
Esta “nueva élite" no solo ha recuperado la producción regional a niveles prepandemia, sino que se proyecta que contribuirá con más de un tercio del crecimiento de la demanda mundial de petróleo hasta 2030. Este resurgimiento, lejos de ser un fenómeno pasajero, es la manifestación de una profunda reconfiguración geopolítica, económica y tecnológica, donde el peso de la producción se desplaza hacia países con mayor estabilidad, capacidad técnica y una decidida voluntad de aprovechar sus vastos recursos.
El renovado protagonismo de la región se entiende mejor al contrastarlo con el declive de sus antiguos líderes. Venezuela, en su momento uno de los mayores productores del mundo, ha visto su producción colapsar de manera dramática, pasando de los 3 millones de barriles diarios a cifras por debajo del millón.
Este derrumbe es el resultado de una combinación de factores, incluyendo la falta de inversión, la deficiente gestión de PDVSA y un régimen de sanciones internacionales que ha estrangulado su capacidad de exportación. Si bien las licencias otorgadas a compañías como Chevron han permitido una leve recuperación, Venezuela ya no es un faro de autosuficiencia en la región.
México, por su parte, también ha experimentado una caída progresiva en la producción de Pemex, su petrolera estatal, que se ha mantenido en torno a los 1,7 millones de barriles diarios. El agotamiento de sus campos maduros y una política energética restrictiva de años anteriores frenaron la inversión necesaria para reponer las reservas.
Este declive estructural, aunque no tan abrupto como el de Venezuela, ha hecho que México pierda su posición como uno de los principales exportadores de la región, obligándolo a depender cada vez más de las importaciones de gas natural para su consumo interno.
En este nuevo mapa, Colombia, que también fue un jugador clave en la década de 2010, ha visto su producción caer a cerca de 750.000 barriles diarios. La situación de Colombia es particularmente compleja. A pesar de contar con un vasto potencial en aguas profundas del Caribe y en el fracking, el país se encuentra en un intenso debate sobre su futuro energético.
La política del Gobierno de no otorgar nuevos contratos de exploración, sumada a la incertidumbre regulatoria y la conflictividad social en áreas estratégicas como La Guajira, ha frenado la inversión. Mientras sus vecinos aceleran la producción, Colombia enfrenta el riesgo de perder su autosuficiencia energética, un bien que ha sido vital para la estabilidad macroeconómica y fiscal del país en las últimas décadas. La paradoja es que, mientras su gobierno impulsa una misión empresarial para aprovechar el auge petrolero de Guyana, el sector nacional se enfrenta a una "marchitación" de la que será difícil recuperarse. El vacío dejado por los viejos gigantes está siendo llenado por una nueva generación de potencias petroleras.
Con una producción que ya supera los 3,5 millones de barriles diarios y proyecciones de alcanzar entre 4 y 5 millones para el final de la década, Brasil se ha consolidado como el líder indiscutible del petróleo en la región.
El motor de este auge son los yacimientos de la pre-sal en aguas ultraprofundas, una de las fronteras de producción más eficientes y rentables del mundo. Petrobras, su petrolera estatal, ha jugado un rol crucial en el desarrollo de estas reservas, atrayendo la inversión extranjera y tecnológica necesaria para explotarlas. Para Brasil, cuyo PIB es uno de los más grandes de la región, este auge petrolero representa un beneficio moderado pero constante, que fortalece su balanza comercial y su posición como actor clave en el suministro global.
Argentina, por su parte, se ha posicionado en el mapa gracias al dinamismo del yacimiento no convencional de Vaca Muerta, una de las mayores formaciones de gas y petróleo de esquisto del mundo. Este proyecto, que ha atraído inversiones de multinacionales a pesar de los desafíos macroeconómicos del país, ha permitido que Argentina se encamine a superar el millón de barriles diarios en los próximos años.
El momento de este auge es especialmente crítico para la economía argentina, ya que los ingresos por exportaciones petroleras y de gas están ayudando a aliviar las tensiones externas y a estabilizar sus finanzas en un contexto de profunda volatilidad económica y política. La consolidación de Vaca Muerta no solo es una historia de éxito tecnológico, sino también una pieza clave en la estrategia de la nueva élite petrolera de la región.
El caso de Guyana es, sin duda, el más excepcional. Con menos de un millón de habitantes, el país ha pasado de ser una de las naciones más pobres de América Latina a la de mayor ingreso per cápita de la región, un cambio macroeconómico sin precedentes. El motor de este boom es el bloque Stabroek, operado por ExxonMobil y sus socios, donde se han descubierto más de 11.000 millones de barriles de recursos recuperables.
La producción, que ya supera los 600.000 barriles diarios, se espera que alcance entre 1 y 1,5 millones de barriles diarios para el final de la década. Este "Kuwait de América Latina" enfrenta ahora el reto de cómo gestionar esta bonanza de forma sostenible y equitativa, un debate que se ha convertido en el eje central de su política interna.
El resurgimiento de América Latina se debe a una combinación de factores que le otorgan una ventaja competitiva única. La región, con la excepción de Venezuela, es percibida como un entorno de menor riesgo geopolítico en comparación con otras zonas productoras como Medio Oriente o el Cáucaso, lo que la hace atractiva para la inversión a largo plazo.
Además, el avance tecnológico en la exploración en aguas profundas y en el desarrollo de yacimientos no convencionales ha sido crucial para desbloquear estas vastas reservas.
A pesar de que el declive de Colombia, México y Venezuela es un desafío para el balance regional, la contribución de los nuevos líderes será más que suficiente para compensar estas caídas. América Latina, en su conjunto, ya no es un actor secundario, sino un pilar decisivo que sustenta la perspectiva de precios estables en el corto plazo y que jugará un papel clave en el suministro global a medida que el mundo sigue consumiendo combustibles fósiles durante décadas.
La verdadera lección de este cambio es que la producción de energía no es un asunto estático. Es un campo de batalla constante donde la tecnología, la política y la capacidad de adaptarse a nuevas realidades son cruciales. Brasil, Guyana y Argentina no solo están produciendo petróleo; están construyendo un nuevo eje de poder en el mercado energético mundial, redefiniendo el futuro de la región y la forma en que el mundo se abastece de energía. El dilema para los países en declive es si lograrán subirse a esta nueva ola o si se quedarán atrás, viendo cómo su potencial se convierte en una oportunidad perdida.
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Publicado por Massimo Di Santi
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