Petróleo bajo asedio: la situación oculta que amenaza el futuro económico de Colombia
Por: PhD Mario Fernando Zamora Santacruz
En Colombia, el sector de petróleo y gas no solo representa uno de los pilares económicos fundamentales del país, sino que también es una fuente esencial de empleo, desarrollo regional, inversión extranjera y estabilidad fiscal.
Sin embargo, desde hace varios años, y con mayor intensidad en los últimos meses, esta industria se enfrenta a una amenaza creciente que podría comprometer su sostenibilidad y operatividad: los bloqueos y conflictos sociales que impiden el funcionamiento normal de campos productivos estratégicos.
Esta situación, lejos de ser un episodio aislado, ha escalado hasta convertirse en un fenómeno estructural que socava la seguridad energética nacional y limita la competitividad del país en el escenario global.
En los últimos meses, Ecopetrol, la empresa insignia del sector, ha reportado bloqueos sistemáticos que afectan sus operaciones en los campos de Chichimene y Castilla, ubicados en los municipios de Acacías, Guamal y Castilla La Nueva, en el departamento del Meta.
Desde el 21 de abril de 2025, se han mantenido bloqueos que impiden el tránsito de vehículos, el acceso de trabajadores y la ejecución normal de los proyectos petroleros. Esta situación no solo vulnera el derecho legítimo al trabajo de más de 3.700 personas, entre empleados directos y contratistas, sino que también golpea con dureza a las empresas proveedoras de bienes y servicios cuya actividad gira en torno al funcionamiento continuo de la industria.
El detonante inmediato de estos bloqueos ha sido la oposición a los exámenes médicos ocupacionales requeridos como parte de los procesos de vinculación laboral. Los peticionarios han exigido la eliminación de estudios como tomografías y radiografías, alegando que constituyen una barrera injusta para la empleabilidad.
No obstante, según Ecopetrol y la normatividad vigente (Resolución 2346 de 2007 del Ministerio de Protección Social), estas evaluaciones son indispensables para garantizar la aptitud física y mental de los trabajadores, así como para proteger la seguridad de todos los actores en las zonas de operación.
Más allá de este caso puntual, lo que se observa es un patrón de conflictividad creciente que ha prendido las alarmas entre los gremios del sector. La Cámara Colombiana de Bienes y Servicios de Petróleo, Gas y Energía (Campetrol) ha señalado que durante 2024 se registraron más de 1.318 bloqueos en zonas con actividad petrolera, especialmente en los departamentos del Meta, Arauca, Casanare y el Valle del Magdalena Medio. Esta cifra, que equivale a un promedio de casi cuatro bloqueos por día, ilustra la dimensión del problema y su impacto sostenido.
Los motivos detrás de estos conflictos son múltiples y complejos. Incluyen disputas por contratación de mano de obra y bienes locales, tensiones sindicales, extorsión por parte de grupos armados ilegales, demandas de inversión social obligatoria, y preocupaciones ambientales. Todo ello configura un entorno hostil para la operación empresarial y para la atracción de nuevas inversiones, especialmente en exploración y producción.
Uno de los aspectos más graves es el deterioro de la seguridad física en regiones clave. En Norte de Santander, por ejemplo, se reportaron secuestros de trabajadores del sector en octubre de 2024.
En Arauca, el Ministerio de Defensa documentó 32 voladuras de oleoductos durante el mismo año, concentradas principalmente en los municipios de Arauquita y Saravena. Estas acciones no solo generan pérdidas económicas inmediatas por la interrupción del flujo de crudo, sino que también provocan daños ambientales severos y ponen en riesgo la vida de las comunidades locales.
El entorno de 2025 no muestra señales claras de mejoría. Por el contrario, los primeros meses del año ya anticipan una continuidad de la conflictividad, con nuevos bloqueos y amenazas en campos estratégicos. La falta de consensos sostenidos entre las comunidades, los gobiernos locales y la industria, sumado a la débil presencia institucional en zonas rurales, ha permitido que se consolide una cultura de presión y coerción para la resolución de demandas sociales.
Frente a este escenario, es indispensable una respuesta articulada, efectiva y sostenida por parte del Estado colombiano. Se requiere una estrategia de seguridad integral que combine presencia militar con acciones de inteligencia, así como una política pública robusta de relacionamiento territorial, inversión social y resolución de conflictos.
La industria, por su parte, debe seguir profundizando sus esfuerzos en transparencia, diálogo comunitario, empleabilidad local y desarrollo sostenible, pero es evidente que no puede ni debe enfrentar sola un problema de esta magnitud.
La industria del petróleo y gas aporta más del 40 % de las exportaciones totales del país, representa cerca del 12 % de los ingresos fiscales de la Nación y genera más de 100.000 empleos directos e indirectos.
Adicionalmente, juega un rol protagónico en la transición energética, ya que los recursos que provienen de esta actividad financian los procesos de innovación, desarrollo e implementación de energías limpias en Colombia. Bloquear esta industria es, en efecto, bloquear la posibilidad de avanzar hacia una matriz energética más diversificada y sostenible.
El contexto internacional tampoco ayuda. Los precios del crudo han mostrado alta volatilidad, los mercados están cada vez más exigentes en temas ESG (ambientales, sociales y de gobernanza), y los flujos de inversión se están desplazando hacia países con mayor estabilidad jurídica y operativa. Colombia, que cuenta con una geología privilegiada y un potencial aún por aprovechar, no puede permitirse el lujo de deteriorar su atractivo ante los inversionistas por causa de la inestabilidad interna.
Es momento de elevar el nivel del debate y asumir esta situación como un asunto de Estado. Los bloqueos no pueden normalizarse. Las comunidades deben tener espacios legítimos para la expresión y el diálogo, pero nunca a costa del secuestro económico y operacional de una industria que beneficia a millones de colombianos. El desarrollo del país está directamente ligado a la capacidad que tengamos para garantizar que el sector de hidrocarburos opere con normalidad, legalidad, seguridad y sostenibilidad.
En definitiva, no se trata solo de defender los intereses de una empresa o de un gremio. Se trata de proteger el bienestar de las regiones productoras, de garantizar empleos dignos y permanentes, de asegurar los recursos para salud, educación e infraestructura, y de preservar la soberanía energética de Colombia en un mundo cada vez más incierto. Urge pasar del diagnóstico a la acción. El futuro del petróleo y gas en Colombia, y con ello el futuro de muchas regiones del país, está en juego.
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Publicado por Massimo Di Santi
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