El nuevo giro de la OPEP+: ¿más crudo o más incertidumbre?
Por PhD Mario Fernando Zamora Santacruz
La Organización de Países Exportadores de Petróleo y sus aliados (OPEP+) sacudieron los mercados energéticos al anunciar un aumento de producción para agosto de 548.000 barriles por día (bpd), superando la previsión inicial de 411.000 bpd.
El ajuste, aunque aparentemente generoso, ha sido recibido con escepticismo por analistas que señalan que el aumento neto en oferta será limitado por los recortes compensatorios aún vigentes y el incumplimiento previo de cuotas por parte de varios países miembros.
La aparente abundancia de crudo coincide con la temporada alta de demanda en el hemisferio norte, donde Asia, y particularmente China, sigue siendo un actor clave. Se espera que esta región absorba los barriles adicionales, pero el panorama para el resto del año es más incierto.
A partir de septiembre, se prevé la reincorporación gradual de los 2,2 millones de bpd que han sido retirados del mercado en meses anteriores, al menos sobre el papel. En la práctica, no todos los miembros han recuperado capacidad ni voluntad política para elevar producción real.
Arabia Saudita, líder de facto del cartel, respondió al nuevo escenario aumentando sus precios oficiales de venta para Asia y Europa, apostando por una demanda que podría estar sobreestimada. Las compras asiáticas para julio y agosto se realizaron en junio, cuando los precios del crudo subieron debido a tensiones geopolíticas, lo cual podría reducir el volumen contratado y dejar barriles sin destino claro.
Para el cuarto trimestre del año, el riesgo de sobreoferta vuelve a estar sobre la mesa. Si bien los inventarios globales aún se mantienen relativamente bajos y los márgenes de refinación son sólidos —especialmente en productos como el diésel—, la desaceleración estacional de la demanda y el enfriamiento económico en mercados clave podrían empujar los precios a la baja. Se advierte que esta presión se sentirá especialmente si la producción prometida realmente llega al mercado en su totalidad.
Desde el punto de vista geopolítico, los recortes compensatorios vigentes han ayudado a evitar una caída abrupta en los precios, pero la tensión entre mantener ingresos fiscales para los productores y no desestabilizar el mercado global sigue latente.
Los precios actuales, que rondan los 60 dólares por barril, podrían ser suficientes para algunos productores, pero se encuentran por debajo de los niveles requeridos para sostener presupuestos en países más dependientes del crudo, como Irak, Nigeria o incluso Rusia.
Para Colombia, este panorama global representa una espada de doble filo. Aunque el país no forma parte de la OPEP+, sus ingresos fiscales dependen en gran medida del comportamiento del Brent. Cada dólar adicional en el precio del crudo puede significar más de 170 millones de dólares en ingresos por exportación. Sin embargo, la combinación de mayor oferta internacional y señales de debilitamiento de la demanda puede acentuar la volatilidad del mercado, reduciendo los ingresos proyectados para el país y afectando negativamente la balanza de pagos.
El contexto local, marcado por la ausencia de nuevos contratos de exploración, la incertidumbre regulatoria y una transición energética mal planificada, agrava la situación.
Las decisiones de política energética, como la suspensión de adjudicaciones petroleras, colocan al país en una posición vulnerable ante caídas de precio o disminuciones inesperadas en la producción. A esto se suma el hecho de que las reservas probadas de crudo solo alcanzan para 7,5 años, lo que convierte en urgente la definición de una hoja de ruta pragmática y técnica.
Mientras otros países productores aumentan su participación de mercado, Colombia parece encerrarse en una narrativa que desconoce las realidades del mercado energético internacional. La transición energética es inevitable, pero debe hacerse con planificación, inversión en tecnología y sin sacrificar la autosuficiencia ni el desarrollo económico a corto plazo.
En definitiva, el aumento de producción de la OPEP+ no debe ser visto como una amenaza inmediata, pero sí como una advertencia. Si Colombia no se adapta y redefine su política energética con realismo, perderá competitividad en un mercado que, lejos de desacelerarse, sigue mostrando signos de transformación acelerada. La ventana para actuar sigue abierta, pero se cierra con cada barril adicional que Colombia deja de producir.
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Publicado por Massimo Di Santi
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